HAN MUERTO 130 POLICIAS FEDERALES EN COMBATE AL CRIMEN ORGANIZADO. JORGE ALEJANDRO MEDELLIN ¡Señor presidente!...¡señor presidente...!, ¡Haga justicia!....haga que nos cumplan lo que prometieron¡, que nos paguen lo que dijeron...¡, le gritaban dos mujeres a Felipe Calderón tan pronto bajaba las escaleras del presidium el pasado lunes 8 de septiembre, en las instalaciones de la Policía Federal en Iztapalapa. Eran algunas de las voces, muy pocas, de las viudas y familiares de los 130 elementos de la Policía Federal fallecidos en acción o en circunstancias especiales durante el cumplimiento de su trabajo. El presidente bajó, con su brazo izquierdo en cabestrillo, y se acercó al grupo de familiares de cientos de elementos de la Policía Federal en lo que iba a ser un acercamiento a los dolientes, pero acabó convertido en un pequeño coro de voces en reclamo, en exigencia del cumplimiento de la palabra. Genaro García Luna, titular de la SSPF, observaba muy de cerca, incómodo, serio. No había rostros felices en las mujeres que encabezaban a la masa, entre la que había al menos una decena de ellas dolientes, llorosas, con párpados hinchados, anteojos negros, sacos y ropas oscuras. Dolor. Minutos antes, al final de su discurso en la Base de Operaciones de la Policía Federal en Iztapalapa, Felipe Calderón aludía a los héroes de la corporación caídos en el deber. Aseguraba a sus mujeres y a sus hijos que no quedarían en el desamparo, que los pequeños no serían abandonados ni olvidados. "Instruyo aquí al Secretario de Seguridad Pública y al Gabinete de Seguridad para que tomen las medidas pertinentes, a fin de que se garantice que para estos niños y los hijos de los policías federales caídos no les falte ni casa, ni sustento, ni escuela, ni apoyo económico para salir adelante", decía el presidente que minutos más tarde se encontraría con que eso es precisamente lo que no ha ocurrido con varias de las viudas y familiares de agentes federales caídos. Vestida de negro, llorosa pero firme y con la voz en alto para que todos la escucharan, Ivone Ramos, hermana de un agente muerto en el estado de Guerrero en junio pasado, le reclamaba junto con Selene Viruet, el abandono de la corporación que no les quería reconocer la antigüedad y el grado alcanzado semanas y meses antes del fallecimiento y que muchos familiares han buscado hacer válido, porque ya se lo habían ganado. Primero sorprendido y luego incómodo, el presidente Calderón se comprometía a atender los reclamos instruyendo a Genaro García Luna y a sus colaboradores para que escucharan las demandas que no cesaban. Ya sin el mandatario ni secretarios de estado de por medio, las mujeres denunciaban a viva voz, rodeadas de cámaras de televisión y de reporteros, el abandono y la explotación de los superiores hacia el personal de lo que fue la Policía Federal de Caminos. "Mandan a los oficiales a concentrarse en otros estados y los hacen abandonar a la familia y solo les dan un día de descanso; los mandan a la guerra sin fusil, con armas menos poderosas que las de los criminales, les pagan una miseria que no compensa la forma en que se arriesgan todos los días", denunciaba Ivone mirando de frente a decenas de policías federales que se limitaron a mirarla en silencio. ¡Hablen, denuncien, no se queden callados!, les reclamaba Ivone, pero ninguno le contestó. |
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