sábado, julio 17, 2010

La opinión del General.

HORA DE PONER UN ORDEN IMPRESCINDIBLE.
Jorge Carrillo Olea.
Horas de duelo vive la nación. Un réquiem general nos invade, y detrás de él una indignación que se convierte en la furia en que vivimos. Días de Ira, días en que los Siglos se volverán Ceniza*. Esos sentimientos se advierten en doquier.
En la calle, en los cenáculos, por letras de virtuosos mexicanos, en el seno familiar, en el deseo de los padres de cubrir los ojos de sus hijos para que no registren tanto horror. ¡¡Basta ya!!
Nos duele tanto, nos lastima tanto, que somos capaces de elevar los reclamos a dónde y cómo sea.
Padres y madres desesperadas por el dolor, sangre por doquier. Más cuidado, esa desesperación de muchos podría tomar los más amargos caminos, ¡¡no!! ¿Entonces?
Como enseñanza bíblica, los pueblos en su dolor vuelven sus ojos a Dios. Más eso no es eficiente, así que los volvemos al señor.
Sí, al señor que de un modo o de otro, como le citó Guadalupe Loeza, el “dizque presidente”, a ese que brinda en su visita de estadio, que no de Estado, en Sudáfrica por los goles que no vinieron.
Nos quedamos con un nudo en la garganta de oír a Anastasio Hernández Rojas, al ser torturado con golpes de electricidad y patadas por agentes de la Border Patrol. O de ver el cuerpecito tendido de esa flor que fue Sergio Adrian Hernández, muerto de letal tiro en la cabeza, otra vez por la maldita patrol.
De él el presidente no citó su nombre, le pareció suficiente llamarlo víctima. Todo ello nos rememora los llantos de hace sólo días de los dolientes padres de 49 niñitos calcinados en Hermosillo. Sí, dolientes porque, a más de que no encontrarán consuelo, a un año tampoco encuentran justicia.
Y frente a ese telón de fondo, los niños baleados en Tamaulipas, los jóvenes asesinados en Monterrey y ya para qué decir de lo que significa en términos de pérdida del norte el enterarnos que la marina, sí esa del mar, la de los barcos, en la céntrica colonia Roma, detiene 20 kilos de explosivos, siguiendo, como confesó, una indicación de la autoridad norteamericana.
Pero, ¡oh, no!, resultó ser una vez más, un fiasco campanudo y cínico del exhibicionista almirante.
Será más legítimo, porque al fin son mexicanos, que el narco se haya apoderado de una cuenca gasífera, Burgos, con activos de varios millones de dólares de empresas extranjeras. Ya no tiene sentido llevar la cuenta de los descuartizados, de los llamados “mandos” asesinados cada día. Monterrey está bajo asedio por una narco-insurrección juvenil, están ya asumidos al narco miles de jóvenes dispuestos a todo.
Ya no se habla, porque ya no es noticia, de la cocaína que entra y sale, de las hectáreas de mariguana y amapola que no se destruyen, ya que sus destructores están actuando como puntales, contrafuertes indispensables para sostener a un gobierno que nadie tira, sino que solo se desmorona.
Sí se habla y lastimosamente de un Ejército, que de orgullo, de admiración y de confianza, de apoderado de la fuerza nacional, se ha degradado ante la sociedad por ignorancia, irresponsabilidad y desconsideración del presidente y con la complacencia de los altos mandos, todo por vía del desprecio a los límites del deber de obediencia, que son precisamente el respeto a la ley.
Está penado librar y acatar órdenes de todo lo que implique delito, lo sanciona así la ordenanza militar, pero así se manda y se obedece cada día. Es irrebatible que para Calderón y su cuadrilla la constitución y las leyes son letra muerta.
Y se habla de más y más y más, porque hay de qué dolerse, hay de qué hablar y desesperanzadamente. Ante todo esto, y antes de que otras formas de expresión surjan, ¿por qué no poner orden?
¿Por qué no, como en los juegos de baraja, descartarse y pedir nuevo juego? ¿Por qué no se pone orden en la lidia?, como diría un taurófilo.
No es posible que el presidente siga pensando que le son útiles aquellos que sólo lo caravanean o lo alagan con guitarritas y canciones, o lo engañan con impresionantes “war room” que no tienen conexión con nada de lo que exhiben, simplemente porque no existe. Son sus secretarios preferidos. Sus cuates, compañeros de alegrías.
No podrá nunca ganar ninguna batalla con ese equipo desordenado, conflictuado, que se oponen unos a otros, que se meten la pata todos entre sí, que por celo todos asedian al único que funciona.
Nadie coordina, ni les ordena, ni les controla y menos corrige por el desorden absoluto que hay en ese grupo. ¡¡Cómo puede el presidente pensar que nada así funcione!!
En su soñada guerra existe un imperativo: la organización para el combate y su consecuente, la reorganización para lo mismo.
¿Por qué no pregunta, por qué con su autoritarismo hace callar a los que están obligados a aconsejarlo juiciosamente?
Es lícito pensar que todos los males que a que hemos aludido no lo son tanto por la fuerza que los provoca, sino en mucho por que las fuerzas que se les oponen: la vigencia del derecho, las fuerzas del orden y la justicia, sencillamente van por el campo, van en el mayor desgobierno, dando palos de ciego.
No hay un plan integral, no hay límites, ni especificidad en las acciones y con sus legiones, cada quién va por su lado. Mientras, se engaña al presidente con el dichoso “war room” que lo embelesa.