Dos de octubre: Entre la desmemoria y el ridículo
Al oficializarse la conmemoración del dos de octubre, la fecha se vuelve un fetiche vacío.
Soldados agazapados en la avenida Eje Central, minutos antes del asalto a la Plaza de las Tres Culturas. Foto: AP
Cuarenta y tres años después del asesinato de estudiantes, de vecinos, de niños y de curiosos en la Plaza de las Tres Culturas, legisladores federales acordaron que el dos de octubre fuera recordado públicamente como Día de Luto Nacional.
Coincidieron en que la bandera nacional fuera izada ese día a media asta, y abogaron para que lo ocurrido en Tlatelolco se plasme en los futuros libros de texto.
Raúl Álvarez Garín, ex dirigente estudiantil del movimiento de 1968, egresado de la Escuela Superior de Física y Matemáticas del Instituto Politécnico Nacional (IPN) y delegado ante el Consejo Nacional de Huelga, está seguro de que las modificaciones a la Ley sobre el Escudo, Bandera e Himno Nacionales son positivas, parte de un proceso histórico en el que se insistirá en llevar a la cárcel a los responsables de la matanza.
“Hay un tema de fondo en todo esto y tiene que ver con la recuperación de una memoria colectiva, con la recuperación de hechos que han afectado a la gente y que el Estado quiere seguir manteniendo bajo control, monopolizar.
Se trata, dice, de rescatar el simbolismo de las luchas populares y de darles un espacio y un reconocimiento justo. Pero, a 43 años de lo ocurrido no hay culpables, no hay detenidos en prisión por la masacre.
--¿Qué sentido tiene rescatar una lucha si no hay justicia?
--Se están acumulando una serie de incongruencias; se reconoce que hay un genocidio pero sin genocidas, se reconoce que hay un día de duelo nacional porque es un crimen muy grave, pero se le trata de minimizar, y todo esto mantiene abierto el problema, porque no se trata de una solución definitiva. Es un logro importante, pero no es conclusivo”.
—¿Qué sigue entonces?
—El juicio penal contra Luis Echeverría tiene que reabrirse y ahora con nuevos elementos. Además, hay una lógica actual en torno a la reparación de daños por parte de los responsables, y Echeverría encabeza lo ocurrido junto con otros personajes más.
Pero Luis González de Alba, también dirigente histórico y central del movimiento de 1968, no comparte en absoluto las ideas y el sentimiento de su otrora compañero de lucha.
Estudiante de Psicología en la Universidad Nacional Autónoma de México al momento de estallar la represión que desembocó en la masacre del dos de octubre de 1968, responde brevemente desde Guadalajara a M Semanal sobre lo aprobado por los legisladores: “No tengo mucho qué decir cuando el país entero vive el terror de secuestros, asesinatos, asaltos, pago de cuotas a criminales, cadáveres colgando de puentes, venta de armas libre por Estados Unidos; mientras, dejan los señores diputados pendiente el diseño de una policía federal efectiva que sustituya al Ejército en la persecución de los delitos; mientras, los gobernadores se niegan (impunemente) a hacer su parte en el control del delito y en la recaudación de impuestos y, mientras, los diputados nos cuestan, cada uno, un millón mensual en salarios directos, más viáticos, seguridad, secretarias, comilonas, autos, choferes y viajes... Y nos salen con esta batea de babas. ¿A quién esperan engañar? ¿No tienen qué hacer?”