jueves, febrero 11, 2010

Ejército rebasó sus atribuciones constitucionales.

El cabildeo del General Galván
La invitación del Alto Mando a apoyar las reformas del presidente Calderón constituye una peligrosa y grave intromisión en asuntos de política.
JORGE ALEJANDRO MEDELLÍN

El discurso pronunciado por el general secretario de la Defensa Nacional (SEDENA), Guillermo Galván el 9 de febrero, Día de la Marcha de la Lealtad, condensa en un solo fresco todos los tonos, todos los claroscuros del enrarecido y turbulento panorama nacional a partir de la ominosa y fallida agenda del combate al crimen organizado.
Exhibe a un Estado urgido más que nunca de legitimidad en casi todas las áreas de su quehacer; presenta al conglomerado de instituciones que lo conforman como un amasijo de organismos que trabajan sin concierto, sin cohesión y en consecuencia, sin rumbo definido; muestra el aislamiento precisamente de instituciones como las Fuerzas Armadas, ante una agenda fuera de control en zonas específicas del territorio nacional, como Ciudad Juárez, Michoacán, Guerrero, Sinaloa, Baja California, Tamaulipas y Durango, por citar solo algunas.
El discurso del general es también una radiografía en la que aparece el inquietante y explosivo elemento de la tensión social, como escenario previo al estallido, advertido y reconocido implícitamente por el Alto Mando.
Pero sobre todo, las palabras de Galván abren a los ojos del que quiera y pueda verlo, el papel ostensiblemente político alcanzado en este sexenio turbulento por los jefes militares.
Con lo dicho por el titular de la SEDENA, los mandos del Ejército Mexicano asumen por fin
–como se advirtió en infinidad de ocasiones– una posición que les permite convertirse en actores políticos, pasando por alto uno de los valores y principios fundamentales que en la era priista le dieron estabilidad al país bajo ciertas condiciones y escenarios políticos y sociales.
En su intervención, el General Galván no tuvo empacho en lanzarse a la arena política y arrastrar con él al Ejército, a la Fuerza Aérea y de paso a la Marina para sugerir, pedir o exigir, según sea el caso o el destinatario, el apoyo a las reformas constitucionales en suspenso que Felipe Calderón ha tratado de consolidar desde el inicio de su sexenio.
En la parte medular de su discurso, el General dijo:
“También es imprescindible fortificar la institucionalidad en todos los ámbitos de poder y órdenes de gobierno, para hacer propicio el orden y asegurar una visión de futuro válida y factible; para capitalizar la grandeza de la república; de su gente, de sus recursos e historia; para generar una mayor calidad de gestión y garantizar un sistema político que dé cauce a la resolución de conflictos y para fortalecer los vínculos entre gobernados y autoridades que puedan estimular respuestas ágiles en ambos sentidos.
“Tensar el tejido social, lastima y obstruye el avance. Es esta pues, una oportunidad inmejorable para tomar decisiones, cambiar lo obsoleto o anquilosado e impulsar lo vigente o innovador. Sólo mediante reformas integrales, estaremos en condiciones de consolidar ese bienestar colectivo que todos exigen, pero que no todos procuran.
“Esa es la propuesta; esa es la convocatoria presidencial. No es utopía; se trata de voluntad, de responsabilidad cívica y compromiso histórico”, dijo Galván.
En pocas palabras, el general se mostró como una suerte de gestor o cabildero nacional, con un mensaje claro para concitar apoyos en torno a un presidente desgastado, inverosímil, mal informado, tardío e ineficaz en la reacción.
Si no es así, que lo digan los padres de los niños muertos en la guardería de Sonora por la negligencia y la corrupción administrativa solapadas desde altas esferas de la política estatal y federal.
O que nos enmienden la plana los familiares de los 16 jovencitos acribillados en Ciudad Juárez, calificados de inmediato, si recato y sin el menor soporte de inteligencia (militar, policial o de la básica) como “pandilleros” por el secretario de Gobernación, cuyo deber supuestamente es el de conciliar y ser factor de solución para evitar situaciones extremas o para atemperarlas con buen juicio cuando se presenten, y no todo lo contrario.
Las palabras del General Galván revelaron el aislamiento presidencial y la peligrosa intromisión militar en temas y áreas que de ninguna manera le corresponde al Alto Mando abordar. No obstante, es tal la situación de emergencia en el norte del país que las cosas en la cúpula del poder han llegado a tales extremos.
De ahí lo acertado de los comentarios del diputado federal perredista Alejandro Encinas, quien con agudeza leyó la verdadera “nota” en las líneas del discurso militar y le sugirió al secretario de la Defensa cuidar sus palabras y no entrometerse en política para recaudar urgentes apoyos para Calderón en este contexto aciago en el que, como paradójicamente lo advierte Galván, impera la ausencia de institucionalidad.
Encinas salió al paso del discurso militar y sentenció que "así como hay un principio rector básico de separación entre la Iglesia y el Estado, así debe haber una separación clara de la tarea castrense de la vida política del país y no debe mezclarse."
El perredista recordó también que en los años setentas "no se mantuvo la separación de la tarea castrense de la vida política del país, fue cuando el Ejército se convirtió en un instrumento de combate a la disidencia política, y ésta derivo en la guerra sucia; nosotros no queremos un Ejército que haga política en este país, creo que en esas declaraciones se extralimita el señor secretario de un asunto que le compete única y estrictamente a las instituciones civiles, y particularmente al Poder Legislativo resolver.”
Nadie duda de la lealtad del Ejército Mexicano en la lucha contra las drogas. Como institución su papel es inobjetable al frente de esa gravísima agenda.
El problema no ha sido jamás ese. El problema radica en la falta de cohesión, coordinación, confianza, capacidad y organización de las instituciones encargadas de hacerle frente al narco. El problema sigue siendo la constante ruptura de la estrategia gubernamental para atacar al crimen organizado.
Sus consecuencias se reflejan en buena medida en la masacre de jóvenes en Ciudad Juárez, en donde no sólo la inteligencia militar, policial o civil brilló por su ausencia, sino que además se evidenciaron los peligrosos mecanismos para pre configurar a los responsables de un delito o al menos para explicar con toda certeza los motivos del ataque.
Por eso la fraseología del Alto Mando al señalar que pierden el tiempo quienes pretenden dividir a los militares, sale sobrando, o bien estuvo destinada para el consumo efectista de todos los medios masivos de comunicación que acabaron por deglutir esa parte del discurso sin ir al fondo del asunto: el inquietante ascenso de las fuerzas armadas al escenario político más allá de sus atribuciones y campo de acción.
Lo otro, el nivel de complejidad al que ha llegado la relación civil-militar en México, es tema de análisis en las siguientes entregas.


jorgemedellin@hotmail.com